martes, 10 de marzo de 2015

Sobre las mujeres

Una amiga me cuenta que su cuñada "tontea" con su marido, dice que a ella le va "el rollito de ir de guay con todos, como queriendo destacar, muy simpática". Me dice que incluso "ella le pone cebos a su marido y el muy tonto siempre cae". Y claro, a ella no le gusta.

Esta conversación me ha recordado algo que he leído en el libro Salvaje, de Cheryl Strayed.


Bueno, en realidad primero vi la película basada en ese libro, Alma Salvaje:


Ya hablaré del libro y de la película con detalle otro día. Ahora lo que leí que dice la protagonista sobre ella:
Por necesidad, allí en el sendero, sentía que debía neutralizar sexualmente a los hombres con quienes me cruzaba, para lo cual debía ser, en la medida de lo posible, una de ellos. Nunca había hecho eso en mi vida, interactuar con hombres exhibiendo la continua indiferencia que implica ser uno de ellos. No me pareció algo fácil de sobrellevar, allí sentada en mi tienda, mientras los hombres jugaban a las cartas. A fin de cuentas, siempre había sido una chica, consciente del poder que me otorgaba mi femineidad, y dependía de él. Al reprimirlo, sentí un lúgubre malestar en el estómago.

Comportarme como uno más de entre los chicos implicaba dejar de ser la mujer que tan expertamente era entre los hombres. Esa era una versión de mí misma que empecé a saborear sobre los once años, experimentando ya por entonces un cosquilleo de poder cuando hombres adultos volvían la cabeza para mirarme o silbarme o decir «Eh, monada», levantando la voz lo suficiente para que yo los oyera. La versión en la que me había apoyado a lo largo de la secundaria, matándome de hambre para estar delgada, haciéndome la tonta y la niña mona para tener éxito y lograr que me quisieran. La versión que había fomentado durante mi primera juventud mientras me probaba distintos disfraces: chica materialista, punki, vaquera, alborotadora, de rompe y rasga. La versión para la cual detrás de cada par de botas arrebatadoras o faldita sensual o movimiento de pelo había una trampilla que conducía a la versión menos real de mí misma. Ahora solo existía una versión. En el SMP (Sendero del Macizo del Pacífico) no me quedaba más remedio que mostrarla tal cual, enseñar mi cara mugrienta al mundo exterior; un mundo que, al menos por el momento, lo componían solo seis hombres.
Una muy buena confesión de Cheryl, la protagonista del libro. Una muy buena confesión que seguro se podría aplicar a millones de mujeres, pero que también es seguro que muy pocas reconocerían.

"Nunca había hecho eso en mi vida, interactuar con hombres exhibiendo la continua indiferencia".  La protagonista siempre había seguido un patrón de comportamiento porque le resultaba útil, lograba la admiración de los hombres, que volviesen la cabeza y le dijesen cosas. Se ponía botas arrebatadoras y falditas sensuales para que la mirasen (pero luego las mujeres dicen que no lo hacen por eso, que simplemente lo hacen porque les queda bien o se sienten a gusto, jajaja, ¡cuánta tontería!).

Cada uno crea un personaje de sí mismo, un rol. La que es "guay con todos, simpática y quiere destacar" está representando su papel. ¿Por qué ha llegado a ese papel? Igual que Cheryl, "se puede saborear" el placer, "el poder que otorga" ese comportamiento desde muy pequeños. Buscar el reconocimiento, la aceptación, la admiración y el amor de los demás es una necesidad humana muy básica. Pero claro, hay gente que lo lleva al límite y lo puede convertir en algo patológico. No sé si será el caso de la cuñada de mi amiga. A su cuñada no la puede cambiar, sería una estupidez enfrentarse a ella. Pero lo que sí que puede hacer es hablar con su marido y decirle, con muy buenas palabras, que no le gusta el comportamiento de él con su cuñada, le molesta. A partir de ahí, a ver lo que pasa...

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