Ayer me volví a escapar a la montaña con el grupo de personas con discapacidad. Esta vez fuimos al Pasochoa, de 4.200 m de altura.
La caminata la iniciamos a unos 3.700 m. El reloj marca 3.769 m, pero empezamos a caminar más abajo:
En la cima, mi altímetro me marcaba casi 4.200 m, la altura "prometida". ¡Ehhh, estás haciendo trampa, ahora tu manga es de color rojo! Me tuve que poner la chaqueta impermeable porque llovía bastante. Llegué a casa completamente mojado, al caminar salía agua de mis zapatillas.
El grupo que llegó a la cima estaba compuesto por seis personas con discapacidad y cinco voluntarios. La bajada se hizo muy larga, estaban cansados y llovía, pero nadie protestó.
Dos personas con discapacidad se dieron la vuelta a la mitad, no hicieron cima. Yo estuve consolando a uno de ellos, Nelson, se puso a llorar. Lo logré convencer de que podía seguir subiendo con mi ayuda, y así fue durante un rato. Lo cogí de la mano y siguió subiendo. Pero al rato de dejarlo solo (me dijeron que no es bueno ayudarlos mucho, se convierten en dependientes y eso no es bueno para ellos), se volvió a derrumbar.
El grupo que llegó a la cima tiene un mérito increíble. Ascender 500 m, de 3.700 a 4.200 m de altura. No mucha gente "normal" puede hacer eso.
Yo disfruté un montón, me divierto mucho con estas salidas. ¿Y ellos? Tengo mis dudas, seguramente no lo disfrutan igual que yo. Pero según me dijeron, en muchos casos sus padres los tienen en casa todo el día, sentados sin hacer nada. Aunque pensemos que no, estas actividades les ayudan a mejorar un poco sus vidas.
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